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FIGARI
Y JUANA DE IBARBOUROU
ESCRIBE JUANA DE IBARBOUROU
DON
PEDRO FIGARI
Don Pedro Figari es nuestro orgullo, nuestra chochera nacional. Sus
cuadros han llevado el nombre del Uruguay a las mejores galerías de arte del
mundo, con ese colorido, ese sabor, esa cosa nuestra hasta la empuñadura
con que él supo marcar desde el caballo criollo puro hueso melancólico
a la luz de una luna desesperadamente solitaria iluminando un campo de sequía,
hasta los negros de los candombes y las damas de estado colonial. Mago, barbado,
triunfador del tiempo, fue un gentilhombre
cabal a la vez que un artista que honra y decora su época.
Su vida fue un ejemplo, digna de simbolizarse en una espada, no por su
destino de herida o muerte, sino por su límpida y brillante erguidura, por su
valor de acero puro y su riqueza de temple. Antes que pintor ilustre, fue
abogado de pleitos ganados. A su talento, unía su honradez; a ambos, su
conciencia humana que no elegía el cliente de dineros, sino las causas de
justicia, hasta que...
Hasta que una mañana, Montevideo amaneció sacudido por la noticia del
crimen de Tomás Butler, de la alta sociedad de
nuestra capital, asesinado sin testigos entre las
sombras de la última noche. Por haberlo visto con él la última vez, por saber
que había discutido de cosas de política, fue acusado del cobarde hecho el
capitán Almeida, oficial del ejército patrio tenido hasta entonces por persona
de honor y juicio. Encarcelado, juzgado, degradado en
una espectacular y tremenda ceremonia, reducido a delincuente civil,
deshonrado y condenado. Almeida llegó al último grado de la desesperación y
el castigo infamante. En todos los lados y en todos los tiempos ha habido
Dreyfus y ha habido jueces cegados por su ignorancia o su pasión. Sólo un
hombre confió en el capitán Almeida: su abogado, el Dr. Pedro Figari. Cerró
éste su estudio y se dio entero a la defensa del hombre que él creía
inocente. Luchó, se empobreció, llegó con su numerosa familia, a la absoluta
pobreza. Almeida no tuvo otro amigo; pero éste solo, valía por todos los
hombres del ejército que lo habían repudiado y quitado sus galones, por todos
los Caifás, los Judas y los Pilatos de su largo proceso. Años después, un
sacerdote recogió la confesión de un moribundo, que había sido el asesino de
Tomás Butler. Almeida fue reintegrado a los cuadros militares con los ascensos
que le correspondían. Nada pudo compensarle de su amargura y murió a los pocos
meses de salir en libertad. Sólo Figari, Figari ya ilustre y cargado de gloria,
con sus negros, sus damas coloniales, sus paisajes de la tierra de un tono y
sugestión que traspasaron las fronteras llenándole de fama, sólo Figari pudo
sentir la alegría profunda y celeste del final de aquel episodio de su vida,
casi ignorado, pero que es el aguafuerte de un hombrede inteligencia, de carácter,
de honda humanidad. Sus hijos e telegrafiaron a París. El me contó luego con
una alegría que le dolía en el pecho, que se fue a la iglesia de Notre-Dame a
darle las gracias a Dios por su justicia. ¿Qué ésta tardó mucho, pobre y
desventurado capitán Almeida? No olvidemos que Él tiene el tiempo infinito y
la vida eterna. Su Voluntad suele ser hermética para los hombres, y de tan
extraños y a veces sublimes designios! El caso es que Don Pedro
Figari, pobre y
entristecido, se dio a pintar durante el largo proceso para entretenerse en el
largo entreacto. A pintar “como le salía”. Y “le salió” su propia
escuela, su dominio expresivo, su arte excepcional, y su gloria que hoy es la de
toda la patria.
Don
Pedro Figari murió el mismo día que Carlos Reyles. Ambos fueron mis grandes,
mis amigos ilustres. Los quise y los admiro, con orgullo de amistades tan
encumbradas.
“Alto,
barbado y noble”... Don Pedro Figari pasea ahora por entre los laureles de
“El Bosque Perfecto”, “bichando” los campos de su tierra y el resplandor
que envuelve su nombre. Me parece que bajo las cejas espesas le veo chispear los
ojos pequeños y agudos, tras las gafas redondas.
Juana de Ibarbourou.
Nota: supongo que alguna
incongruencia como fecha, circunstancia, puede considerarse una licencia poética.
Pero por sobre todo me cuesta imaginarme a Figari “agradeciendo a Dios en
Notra-Dame”, aunque me produce una enorme satisfacción que eso haya podido
ser cierto. Supongo que queda librado a la lucubración de cada uno. FSF.
(en
“El Pueblo”, julio 13 de 1964
Barbado
amigo que en la gloria pura,
Donde
los bosques son laurel y mirto,
y
han de cebarte tu criollo amargo,
arcángeles
retintos:
(¡Oh,
qué sonrisa!)
Barbado
amigo que te fuiste un día,
ya
bien seguro de quedarte siempre,
entre
los hombres que te dieron himnos,
finos
puñales y terribles mieles;
(¡Oh,
qué sonrisa!)
Aquí
tenemos tu pasión y sueños
en
los colores y la intensa vida,
que
trasplantaste de tus propias venas,
al
mundo inmóvil que por ti respira.
La
muchedumbre que creaste anda,
Entre
nosostros, con el mismo fuego,
Con
que latiera por tu pulso joven
y
tras el pecho de encrespados duelos.
Tus
criaturas nos donaste hechas,
ya
para un mundo que no tiene muerte,
y
las forjaste como tú, sin hieles,
de
frentes claras y de puños fuertes.
Aparta
un poco los ramajes sacros,
En
esos bosques de laurel y mirto,
e
inclina el rostro de agrisadas barbas,
hacia
tu oscura multitud de hijos.
Verás,
poeta que pintando hablaste,
El
resplandor que de tu sangre queda.
Eres
de aquéllos que al marcharse dejan
Para
siempre encendida su lucerna.